El Karma de Vivir al Sur

¿Quién dijo que todo está perdido? ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!

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Location: entre Coquimbo y Valparaíso, Chile

Wednesday, February 13, 2008

Vacaciones

Es el ocaso: el cielo azul muy oscuro, casi noche, pero aún puede verse la silueta de los árboles recortadas contra él; el aire está agradablemente tibio, el canto de los grillos es la música de fondo de la escena. Una luz tenue a nuestras espaldas permite ver nuestros rostros aún, como si estuviésemos alumbrados por luz de velas o de un fuego tenue.

Estamos sentados alrededor de una mesa, ya algo dispersos; hemos comido algo hace unos minutos. Es un momento, que puede irse como tantos, registrado apenas en el resumen violento de "ricas vacaciones" o "tranquilas las tardes". No lo permitiré, pienso, y respiro profundo. "Videando", me digo, y me pongo en presente entero; respiro hondo y veo, escucho, huelo, siento este cruce entre el tiempo y la eternidad.

Hemos empezado a rezar. Recuerdo una escena de El Gatopardo: el rezo del rosario, la letanía que se pierde en la bruma de la tarde. Seguramente no es así el texto.
"Videando".
Lo tengo todo, o casi todo: a mi lado está mi madre, 84 años, bella; veo su perfil, sus ojos cansados y extrañamente juveniles, oigo su voz. Está dirigiendo el rosario mientras mira el horizonte y, a veces, a nosotros. Veo a mi linda hermana Marcela, con su hijo Joaquín en sus brazos, regalón de 7 años, que también recita el Ave María; ellos están un poco más allá, hacia mi derecha y al frente, al otro lado de la mesa; Joaquín tiene en sus manos un juguete. Al lado de mi madre está mi tío, El Nene, hermano de mi padre. Más allá mi hermano Ricardo, dibujando y escuchando música, ajeno a la oración, pero presente como siempre. A mi izquierda Anneliesse, apoyada en mi hombro. Mi padre ha querido acostarse temprano hoy; está agotado y feliz. Mi hijo Mario y su novia Reili, de paso por Chile, se han retirado recién.
La imagen es vívida y tengo el olor de la tarde, la tibieza y el frescor del viento, los sonidos siempre lejanos que hay en el campo, nuestras voces calladas.


Lo tengo.

Ese instante es eterno, y recordarlo me trae de vuelta la paz de ese momento bendito, la gratitud por haberlo vivido, por todos ellos que son una parte de mí. La gratitud por haberme despertado a tiempo, por no dejarlo escapar, por atesorar ese regalo que me hacía la vida una vez más.
Lo recordaré siempre.
Vale.